miércoles, 7 de diciembre de 2016

“Está creciendo el niño que me hizo abuela”

Dispuesto a escuchar


Mi misión no es la de una madre. Las abuelas estamos para mimar y amar a los nietos, aunque de vez en cuando también frenamos sus impulsos. Esta carta se me ocurrió cuando leí la de la lectora Paola María Vicenzi sobre su hijo adolescente. Me senté a escribir y salió esto.
Pequeñas señales imperceptibles van marcando el paso del tiempo. La transformación surge a cada paso; distintos tonos de voz; por momentos más graves, un vello más oscuro que comienza a aparecer entre el labio superior y las fosas nasales; pudor, se cubre su cuerpo, sobre todo los genitales, no los exhibe como un trofeo como cuando era pequeño; silencios, mutismo; quizás más atento a sus hormonas que le están indicando el gran cambio que se está produciendo en su cuerpo.

Poco a poco estoy perdiendo a ese “niño” que me hizo abuela. Un nuevo horizonte se abre ante mis ojos, está comenzando su adolescencia y tendré que adaptarme y tratar de comprender a este niño que va evolucionando y dejando atrás su infancia. Todo un desafío. ¿Un adolescente o ya un casi adulto?
Recuerdo con mucho amor su nacimiento, el 21 de setiembre del 2003. Siempre sentí que algo faltaba en mi vida, una deuda que la emigración nunca saldó. Para mi nunca existió la palabra “abuela-o”.
Me adueñaba de los abuelos de mis amigas y los hacía un poco míos. Doña Flora y Don César, inmigrantes gallegos, que vivían en Valentín Alsina a media cuadra de mi casa, abuelos de mis amigas Haydé y Carmen. Ella, puro corazón; y él traía de su tierra la milenaria costumbre de contar cuentos. Nos reunía en su casa y se pasaba horas entreteniendo a todo aquél que quisiera escucharlo.
Me apasionaban sus relatos, hablaba con ese acento bien gallego, que, a pesar de los años vividos en Buenos Aires no había perdido. Haydé y Carmen, sus nietas, quizás no llegaron a valorar lo que significaba disfrutar de sus abuelos. Siempre añoramos lo que no tuvimos.
No tuve la dicha de conocer los míos, quedaron muy lejos en mi imaginación y en los numerosos recuerdos cuando llegaban noticias de Galicia, que mi madre esperaba con la avidez de un sediento en el desierto. Ahora que Dios me ha premiado con este hermoso nieto, no pierdo la oportunidad de disfrutarlo y brindarle todo el amor que se merece.
Delfina Blanco delfina_blanco2@hotmail.com
El comentario

Delfina hizo una travesura. Ella dice que escribió una carta al diario, pero la verdad es que nos mandó un maravilloso regalo a quienes hacemos y a quienes leen Clarín. Una inmensa caja de ternura que casi no necesita comentario. Una abuela feliz que nos cuenta cómo contempla maravillada el paso del tiempo con este nieto que todos los días almuerza con ella, antes de regresar por la tarde a la escuela.
Es una reparación de la vida, que no le permitió a ella disfrutar del abuelazgo en la infancia, cuando todas sus amigas podían hacerlo. Esa figura que ella no tuvo es la que ahora la hace multiplicar su amor.
Es una etapa que termina, en un vínculo que prosigue. La infancia llega a su fin, pero los abuelos siguen estando porque ése es su sino histórico: el de dejar huella.

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